
Debo la idea de este libro a Ricardo Piglia y a Emilio Renzi. Un día, en Monterrey, en medio de una conversación animada por el tequila y el vino blanco –Sauvignon-Blanc, por supuesto–, Piglia me refirió el proyecto de una obra, una mezcla de autobiografía y crítica literaria, que trataría sobre sus lecturas decisivas, aquellas que realmente lo habían marcado. No sería, naturalmente, la típica recopilación de ensayos que los críticos publicamos o leemos con más o menos resignación, sino una obra íntima, personalísima. El recuerdo de una lectura específica –el libro concreto, la edición, el lugar y el tiempo, el estado de ánimo, la situación precisa de la lectura– sería el hilo conductor que le permitiría ir reconstruyendo su vida o, mejor dicho, algunos episodios de ella.
Pocos años después, leyendo los magníficos relatos que abren y cierran Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación, descubrí que su alter ego exponía el proyecto: “una escena y luego otra y otra, ¿no? Sería una autobiografía seriada, una vida serial… De esa multiplicidad de fragmentos insensatos, había empezado por seguir una línea, reconstruir la serie de los libros, ‘Los libros de mi vida’, dijo. No los que había escrito, sino los que había leído… Cómo he leído algunos de mis libros podría ser el título de mi autobiografía (si la escribiera)”. En la conversación, Piglia observó que todo lector podría escribir su autobiografía y que, como las autobiografías formalmente dichas, no habría dos iguales. Algunos libros –clásicos, previsiblemente– se repetirían, pero no las exactas circunstancias en que fueron leídos. Cada vida lectora, como cada vida, es única e irrepetible. Desde luego, una autobiografía de este tipo no sería necesariamente una sucesión de obras maestras, sino una mezcla heterogénea de libros, algunos muy conocidos y otros no, algunos clásicos absolutos y, otros, obras menores. Todos, eso sí, deberían cumplir un requisito: que nos recordáramos leyéndolos (cuántas lecturas sabemos que hemos hecho, pero no recordamos precisamente cuándo ni cómo), que fuéramos capaces de evocar una imagen de lectura.
Hace tiempo que rebasé el mezzo cammin dantesco y no me pareció del todo prematuro emprender estas memorias, sobre todo considerando que, bien que mal, he dedicado mi vida a leer. No sé qué tan buen lector he sido. Con frecuencia me sorprendo deponiendo todo instinto crítico, analítico, y dejándome llevar por completo por la dicha de la lectura. Sé que seré siempre un lector amateur, en el sentido de que ama intensamente lo que hace, y que estoy profundamente agradecido con mi destino de lector. No hubiera querido ser otra cosa y, si tuviera que definirme como una sola cosa, diría: soy un lector. Mejor aún, un leedor.
Más de una vez, siguiendo al crítico suizo Albert Béguin, he recordado esa diferencia: el leedor, a diferencia del lector ordinario, sería aquel que lee por absoluta vocación, el que no puede vivir sin leer, para el que la lectura es un acontecimiento trascendental en su existencia. En su caso, vida y lectura corren siempre parejas, iluminándose la una a la otra, inseparables. No hay vida por un lado y lectura por otro. Para el lector verdadero, para el leedor, vida y lectura están fundidas indisolublemente.
Las lecturas decisivas, las que de verdad nos marcan y definen como lectores, generalmente se cuentan entre las primeras que llevamos a cabo. “Literatura es lo que nuestra adolescencia ha leído. Lo demás es erudición”, sentenció Nicolás Gómez Dávila. Naturalmente, siempre nos podrá sorprender algún autor u obra que modifique nuestra visión del mundo y se cuele a nuestra pequeña biblioteca de clásicos personales, pero la mayor parte de ellos los habremos conocido en la juventud. La primera cosa que hice cuando empecé a pensar en las memorias fue una lista de las obras que hipotéticamente pudieran formar parte de él. La reduje a veinticuatro: veinticuatro libros concretos, en ediciones específicas que aún conservo y que reuní en un librero para este fin. Puedo verme a mí mismo, como exigía Renzi, leyendo cada uno de ellos; cada uno despierta en mí recuerdos particulares de una etapa de mi vida y de las circunstancias que rodearon la lectura. Los he releído para ver qué pensamientos y memorias evocaban. Nadie se baña dos veces en el mismo río y nadie, por supuesto, lee dos veces el mismo libro. Algunos de ellos los he leído muchas veces; otros hacía años que no los abría; algunos más los había leído esa única vez que quedó grabada a fuego en mi memoria. El simple hecho físico de volverlos a tocar y hojearlos abrió una puerta al pasado. Las “Memorias de un leedor” fueron apareciendo quincenalmente en el sitio de internet de Letras Libres entre 2021 y 2022, felizmente ilustradas por Manuel Vargas.
Las memorias son un género autobiográfico, íntimo, y yo no concibo acto más íntimo y personal que la lectura. Es por eso que no exagero si digo que entre estas páginas está una parte sustancial de mi vida.
Prólogo a Memorias de un leedor.